Fue un viaje temerario a otro mundo. Un salto al vacío en un territorio extraterrestre sin atmósfera. El 16 de julio de 1969, los tripulantes del Apolo 11 sólo sabían con certeza a dónde pretendían llegar, pero tenían muchísimos motivos para preguntarse si volverían a pisar su propio planeta. Hoy, cuando se cumplen 43 años desde que Armstrong, Aldrin y Collins culminaran su extraordinaria hazaña. De hecho, los astronautas del Apolo 11 han reconocido que emprendieron el viaje sabiendo que sus probabilidades de llegar a la Luna con éxito y regresar vivos a la Tierra eran de en torno al 50%.
La apuesta de la NASA fue arriesgadísima, y múltiples factores podían haber convertido la misión en un trágico fiasco, ante 600 millones de telespectadores. Aunque al final Armstrong logró dar su «pequeño paso para un hombre, y gigantesco salto para la Humanidad», hoy sabemos que los astronautas padecieron graves dificultades.El momento más dramático ocurrió durante el delicadísimo descenso sobre la superficie lunar, cuando el ordenador del módulo que pilotaban Armstrong y Aldrin sufrió una sobrecarga, y saltó una alarma. Los astronautas preguntaron a Houston si debían abortar la operación y el centro de control tardó un eterno, angustioso minuto en contestar que ignorasen la alerta. Fue entonces cuando Armstrong se dio cuenta de que el módulo se había desviado del lugar previsto para el alunizaje, y que se dirigían a un inmenso cráter lleno de rocas que podrían destruir las patas de la nave e impedirles salir de allí. Pero el veterano piloto de guerra mantuvo la sangre fría, cogió los mandos del aparato, y logró posar la nave con suavidad en una zona plana y despejada, cuando ya sólo quedaban 30 segundos de combustible.
No es de extrañar, por lo tanto, que cuando Armstrong pronunció las míticas palabras «Houston, aquí Base Tranquilidad, el Águila ha aterrizado», el controlador en Houston confesara que allí estaban «al borde del infarto» y gritó aliviado: «¡Volvemos a respirar!». Así, gracias al valor, el temple y la inteligencia de aquellos pioneros del Cosmos, la visión de Kennedy se hizo realidad, y como dijo Aldrin, la misión del Apolo 11 fue, y será siempre, «un símbolo de la insaciable curiosidad del hombre para explorar lo desconocido».